Capítulo 5

El sol iba abandonando poco a poco al largo día para dar paso a la noche. Estamos en una pequeña ciudad al sur de Hispania. En el pasado. La sirvienta se acerca al General Lucius, que estaba en su despacho leyendo un pergamino, directrices desde la capital para gobernar, y le da aviso de que alguien fuera lo está esperando. Se trataba de otro soldado, pero no era de su legión. Intrigado, abandona rápidamente lo que está haciendo y se dirige dónde aquel hombre lo esperaba

Estaba en la entrada trasera de la domus, ni siquiera se trataba de la puerta principal. Al salir, se encuentra a un sodado joven, alto, apuesto, bastante más fornido que él... Su armadura era idéntica a la suya, salvo por los colores. Cada legión se caracterizaba por su emblema y su color. No estaba ante un soldado cualquiera. Se trataba de otro General. Un igual.

-"General Tito..."-dijo bastante serio Lucius, se plantó ante él, y cruzó los brazos.

-"General Lucius"- dijo el soldado haciendo un gesto de saludo

-"¿Qué se te ha perdido en mi ciudad?"-preguntó nuestro General con el mismo gesto que al principio

-"Mi legión ha atracado en el puerto más cercano, me dirijo al norte... Órdenes de la capital."

-"Ya... -Lucius lo miraba de arriba a abajo- Vuelvo a repetir... ¿Qué haces aquí?"

-"Veo que no se te escapa nada... Siempre tan desconfiado...-decía aquel General- ¿No invitas a cenar a un igual a tu domus?"

-"No eres mi igual. Eres un niño con suerte que ha conseguido un rango que no le corresponde."-sentenció Lucius

Cabe destacar, que el General Lucius, era un soldado de mediana edad, cerca de los cuarenta años. Experto en librar mil batallas y salir victorioso de todas. Llevando a su legión al remanso de paz en el que se encontraban actualmente. Asentados en una ciudad, con la posibilidad de poder formar allí una familia. El General Tito, en cambio, se trataba de un joven de apenas veintitrés años, con poca experiencia en el campo de batalla, pero dispuesto a hacer lo que sea por ganarse el favor de los altos cargos de la capital.

-"Muy bien...-replicó el General Tito- Tu hermana, Alypia, está en edad casadera desde hace tiempo. Me consta que sigue soltera, y me consta su gran belleza. Envidiada por todas las mujeres del imperio. Dicen que su cabello es largo y oscuro, pero suave como la seda. Su piel es blanca, como la misma nieve recién caída del cielo. Pura, sin ninguna huella aún en ella... "

-"No voy a darte el consentimiento para que te lleves a mi hermana, si es a lo que has venido. Tu viaje ha sido en vano, General Tito."

-"Has rechazado a todos y cada uno de los pretendientes que ha tenido. Tarde o temprano, tendrás que entregarla a alguien. Una mujer casadera, soltera como ella, atrae preguntas, comentarios, chismes... ¿Qué esconde bajo su bello rostro que aún no tiene un marido? Has hecho de padre con ella desde que erais niños, desde que tu padre, otro gran soldado del imperio cayó en combate, y vuestra madre, de la pena, acabó pereciendo también. Pero es hora que ella vuele. Que forme su propia familia. -hubo unos segundos de silencio incómodo- No son horas, la noche se está echando sobre nosotros. Reflexiona, General Lucius. Mañana, tras las primeras luces que asomen por la colina, volveré."

Lucius entró en su domus, asegurándose primero de la desaparición del General Tito. La impotencia de la situación le hizo dar un grito al mismo tiempo que golpeó una de las columnas. Su hermana acababa de cumplir los diecinueve años, era totalmente cierto lo que dijo Tito, estaba en edad casadera, y él, como pater familias, debía entregarla a su marido.

El grito que dio retumbó por todas, y cada una de las columnas del patio, dónde él se encontraba, y rápidamente apareció su hermana preocupada.

-"¿Lucius?"- preguntó curiosa

-"Vete, Alypia."

-"Pero... ¿Va todo bien?"-insistía la joven

-"Vete a tu dormitorio, he dicho."- Alypia salió corriendo, apenada, no estaba costumbrada a que su hermano la tratase así. Ella siempre ha vivido en una burbuja ajena a todo. Una burbuja creada por el mismo Lucius para que su hermana no tuviera la suerte que sus padres tuvieron años atrás.- "Mañana va a ser un día largo..."-acabó susurrando el General mientras contemplaba como Alypia corría.

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La noche llegó, y con ella las patrullas nocturnas. Lucius se dirigió a la armería, dónde los soldados se armaban y hacían turnos de descansos. Allí estaba Marco, su mano derecha, preparándose para salir. La noticia de la llegada del General Tito y sus tropas estaba en boca de todos los ciudadanos, soldados incluidos. Lucius lo sabía, y al llegar, pudo ver cómo Marco lo miraba esperando una charla, ¿quizás?

-"No sé qué hacer, Marco...-empezó esa ansiada charla- Me ha pedido la mano de Alypia. Pero no me gusta nada ese hombre. No es lo que quiero para ella."

-"Tito tiene una fama a sus espaldas. Es mujeriego, testarudo, egocéntrico... Pero también incansable. Cumple sus propósitos. Si su meta al llegar aquí, es tu hermana, la conseguirá."

-"Su legión ha atracado en el puerto. Se dirigen al norte, según él. ¿Me pides la mano de mi hermana para arrastrarla por toda Hispania sin rumbo fijo? No voy a consentirlo."

-"General, -Marco lo miraba, estaba siendo sincero con él, siempre lo era, y por ello se había ganado su plena confianza- la vida del soldado es así, indecisa, activa... Si eres como yo, un peón más, viajas y dejas a tu familia desamparada durante años. En cambio, gracias a tu posición, a la posición que ya tenía tu familia y sus riquezas, has podido llevar contigo a tu hermana, y a tu mujer, mientras ésta vivía. Nunca nada te parecerá bien para ella. Ambos lo sabemos. Ella lo sabe. Deja que sea Alypia quién decida qué quiere para ella... No la prives de poder optar a una familia de bien si es lo que ella desea, de lo contrario, podría acabar sola, o mal casada."

Marco tenía razón. No podía privar a su hermana de ser feliz. De ver mundo. No podía permitir, que por su culpa, su hermana mal casara en unos años con cualquiera. La elección será suya, definitivamente...

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A la mañana siguiente, y como bien había prometido Tito, con las primeras luces de la colina llegó a la domus del General, quién lo estaba esperando en su despacho. Tras él, Sextus, Marco y Livio, sus soldados más cercanos. Y a un lado, su hermana, Alypia, quién ya había sido informada de la situación.

-"¿Precisas de tus matones para recibirme?"-saludaba Tito

-"¿Suponen algún problema para tí, General?"-respondía Lucius

-"Para nada...- sonrió ligeramente y miró a Alypia, la cual lo miraba a él fijamente, y para que negarlo, bastante feliz por lo que tenía delante de ella. Tito se acercó a ella, le cogió la mano, y la besó, suavemente, mientras acariciaba sus suaves manos bajo la atenta mirada asqueada de Lucius- Eres aún más bella de lo que imaginé, mi señora. Cuando hablaban de tu belleza, sin duda, se quedaban cortos en expresiones, pues eres más diosa que humana, la mismísima Venus, diosa de la belleza y el amor, envidiaría tu adorable rostro... Humildemente, me pongo frente a ti, y ante tu hermano, para pedir tu mano. Prometo que jamás te faltarán riquezas, palabras bonitas, o amor. Si gustas, y tu hermano lo aprueba, podemos salir a caminar por los alrededores, conocernos, y después, decides qué contestarme..."

Alypia miró a su hermano, con una gran sonrisa. Lucius rodó los ojos en desaprobación, pero no manifestó nada. Si la decisión de su hermana era esa, ¿qué más podía hacer él? Tras él, se encontraba Sextus, que también miraba fijamente a la joven buscando algo en ella, aunque no lo encontró...

-"Voy con ellos si quieres, mi General."-dijo el rubio tras la negativa de Alypia hacia sus miradas

-"No. Irá Livio."-dijo Lucius con cierto tono desagradable

-"No necesito escolta"-saltó rápidamente Alypia

-"Sin Livio no vas a ningún lado, hermana."

Tras un breve cruce de miradas entre Lucius y su hermana, ésta acabó aceptando que el soldado los acompañe.

Salieron de la domus, y cogidos cual ya, marido y mujer, estuvieron caminando por los alrededores, acaramelados. Hablaron de todo un poco, se prometieron amor, fidelidad... Estaba claro que Alypia aceptaba aquel matrimonio encantada.

Al cabo de un buen rato, casi a la hora de comer, por fin llegó la joven de su largo paseo. Se acercó a su hermano feliz, dichosa. Sus ojos transmitían una ilusión que jamás había visto el General. Estaba claro, ella ya había decidido, Tito era su destino.

-"Sólo voy a decirte esto, hermana: él es un General adinerado, de buena familia, pero tu no eres menos. Eres mi hermana, una Fiore. Hazte respetar siempre, y si algún día decides que no eres feliz junto a él, las puertas de esta domus siempre estarán abiertas para tí."

Alypia lo abrazó, ambos se querían demasiado. Esa misma tarde, Lucius pudo ver cómo su hermana partía junto con Tito. Su corazón se partió también. Esperaba con todo su ser la felicidad de Alypia.

Caminó perdido en sus pensamientos hasta llegar a una tumba, la de su mujer. Se arrodilló dejando una flor, encogido a pesar de su gran tamaño.

-"General,-dijo Marco tras él contemplando la triste escena- En breve anochecerá. Hay que preparar la guardia."

-"Dame unos minutos más, Marco. Ahora voy..."