Cap.1 Orígenes (1º parte)

Hace seis mil años, la tierra estaba sumida en un profundo caos… Sus dioses, eran deidades egocéntricas y engreídas, incapaces de velar por nadie… Sus demonios, devoradores de almas sin piedad alguna… El cielo no era tan perfecto como los terrestres imaginaban, ni el infierno tan terrorífico cómo “los más puros” querían hacer creer…

Aquellos dioses a los que los mortales rezaban, velaban por sus propios intereses… Iniciaban guerras dónde los únicos beneficiados eran ellos mismos, sin importar las bajas… Mataban por el placer de sentirse superiores ante los demás… Poseían todo aquello, o a aquellos, que ellos creían oportuno… ¿Dónde quedaba entonces la piedad divina?

En el infierno, comúnmente conocido como el “inframundo” o “la cueva de los caídos”, existía una primera línea jerárquica compuesta por tres grandes demonios: Astaroth, Belcebú y Lucifer. Ellos componían la trinidad maligna, y juntos eran temidos por los mismísimos dioses, de ahí la confusión de los mortales de crear una falsa ilusión de lo que es bueno, y lo que es malo… Dado que nada bueno existía en aquella época...

Pero nuestra historia nos va a hacer centrarnos en Astaroth, uno de los príncipes del infierno, el más poderoso de la trinidad, el que en un futuro sería proclamado rey todopoderoso…

A Astaroth le encantaba subir a la superficie y contemplar a todos los seres vivos que habitaban en ella, especialmente al ser humano… Uno de sus muchos poderes, le permitía cambiar de aspecto al gusto, y con el paso del tiempo acabó adaptando su propia forma humana, y con ella llegó a camuflarse entre la sociedad mortal de aquella época…

Tanto era su amor por la especie humana, que acabó enamorado de una joven y dulce muchacha, Nazaret, blanca como la nieve del frio invierno, y dulce como el azúcar más puro… Pero esta, cerca de aceptar su amor, huía despavorida ante el temible aspecto del demonio, pues, a pesar de que Astaroth adoptó una forma humana, su lado demoniaco era visible e imposible de ocultar…

Incapaz de aceptar una negativa, el demonio insistía una y otra vez… Y una y otra vez era rechazado… Hasta que un día, Nazaret no aguantó más la presión y decidió quitarse la vida junto a la orilla del rio donde Astaroth solía acosarla…

Cuando el demonio encontró el cuerpo sin vida de su “gran amor”, no pudo contener la ira que afloraba de él… Las cristalinas aguas del río donde Nazaret perdió la vida se convirtieron en un continuo caudal de sangre oscura… La vegetación que los rodeaba murió repentinamente al igual que los animales más cercanos… El caos reinó aquel idílico lugar, mientras la pobre muchacha seguía sin vida tendida en el suelo…

De ese caos afloró una gran escalera cubierta por fuego, y en lo más alto, un trono… El rey todopoderoso había emanado del dolor humano…

Astaroth cavó un profundo hoyo y enterró a Nazaret, una vez cubierta por la tierra muerta del lugar, pronunció unas palabras incomprensibles para ningún mortal y ascendió a su trono a esperar… Pasaron horas, días… hasta que finalmente, aquella dulce y linda chica salió de su encierro bajo tierra convertida en un ser totalmente diferente a lo que era…

Su mirada ya no era pura, su piel dejó de ser blanca como la nieve, y su dulzura murió con ella… Una profunda sed de sangre hacía que le ardiera la garganta pidiendo a gritos saciar esa necesidad, necesidad que Astaroth le complació ofreciendo la suya propia… Había tenido lugar el nacimiento de una nueva especie… Había nacido el primer vampiro.

Nazaret, resurgida de entre la maleza muerta, bajo una oscura y perturbadora invocación satánica, se convirtió en la primera vampiresa. La oscuridad era su eterno viaje, y tuvo que viajar al infierno junto con Astaroth puesto que la luz del día quemaba su delicada y exótica piel… Y, de la mano por siempre, con su “creador”, pasaría el resto de los siglos, pues estaba maldecida a no envejecer ni morir por el paso del tiempo…